El Vitró
(De cinco cuentos porteños)
Una llovizna y helada nos acompañó en la mañana, hasta la Basílica menor de aquel barrio de Buenos Aires que ostentaba fama de residencial y también de cierto aire magnífico.
Por ser domingo y a las once horas, había poca gente, aunque el párroco ya ofrecía su sermón cuando entramos. Mi atención se trasladó a un vitró que daba al patio y la luz iluminando todos sus detalles rescató su presencia esplendorosamente.
Era grande, de forma rectangular en su base y en semicírculo la parte superior muy ornamentada.
Representaba una escena bíblica. La entrada triunfal de Jesús el domingo de ramos. Más a pesar de las imágenes, del cielo muy azul poblado de nubes, de algunas torres en el trasfondo, con cariátides poco visibles y algunos tejados rojos, los personajes sobresalían en una mezcla de épocas poco claras. Mientras el sacerdote exponía sus pensamientos, yo no lograba concentrarme, una que otras frases llegaban a mis oídos.
"Debemos realizar todo por amor y por los que sufren, dejar nuestro egoísmo".
En la escena del vitró que me atrajo, aparecía el rostro de Jesús de una palidez que contrastaba con el manto de la virgen. A su lado, otros seres muy juntos en ese reducido espacio, mostraban la algarabía del momento, no faltó el asno al cual una mano le alcanzaba un canasto con su pienso.
"No debemos abandonar al que necesita".
Como plasmada por rayos cósmicos la muchedumbre abigarrada era recibida y bendecida por dos sacerdotes a la manera actual floreciendo en sus cabezas la clásica tonsura.
"Así daremos paz y alivio a las almas transidas por el dolor".
Fui corriendo con mi vista los frescos de las paredes, la cúpula y las pequeñas estaciones, este templo es hermoso me dije, y aunque el tráfico de su calle era constante, en su interior la quietud y el silencio protegidos, por vestales plañideras inspiraban sosiego.
El lugar lo conocía bien. Cuando hacía dos años había corrido con desesperación a sus puertas que estaban cerradas y en las que lloré y rogué y como si mostraba mis harapos y mis llagas, la limosna llegó y entré.
Estiré mis brazos, me sostuve de las columnas y resbalé hacia las profundas ansias de mi dolor, rasgué las soledades y me perdí en la búsqueda, de la otra mano que me salvará. Entonces clamó la luz, ahí lo encontré. Me así de aquel templo que reverberaba bruñidas esperanzas y apoyada contra el marco de la puerta esperé..esperé.
-Padre no sabe lo que estoy pasando, le dije
El, leía sentado a una mesa.
-Rezaré por ti, -me contestó.
Sin mirarme, siguió leyendo y la espera fue inútil-
CARMEN DEL VALLE
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