JHArchivosHistoricosSu Revista Barrial. Sitio web histórico y referido a Villa del Parque, Ciudad de Buenos Aires.
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Su Revista Villa del Parque y Devoto CUENTOS Y RELATOS
“Bar La Sonrisa”
Hacía mucho tiempo que no veía a Cholo, mi amigo de la época en que estudiábamos en el Liceo Militar Gral. San Martín. El vivía en Paternal, cerca de la cancha de Argentinos Juniors y ya en la Facultad de Derecho, comenzamos la carrera juntos. El es hoy un prestigioso abogado, yo recorrí otros caminos más unidos a la parte deportiva y literaria, que siempre me apasionó, de allí que no me cuesta nada relatar estas anécdotas que surgen de mi historia o de los relatos de mis amigos, que merecen contarse.
Durante muchos años, Cholo y yo nos juntábamos por la mañana, en un bar cercano a la plaza de Cuenca y Marcos Sastre pleno barrio de Villa del Parque, por donde aún transita mi vida. Dicho bar se llamaba “La Sonrisa” ya que su dueño, don Julio Aramendi, descendiente de vascos, exhibía una bonhomía y un afecto fuera de lo común y su sonrisa parecía envolver en un halo de ternura a sus amigos y clientes. Nunca enojado, siempre amable, era un personaje familiar en el barrio, que lo distinguía, por cierto, dado los años que llevaba atendiendo al frente de su comercio. Mesitas con manteles blancos y rojos, como la camiseta de su querido Argentinos, piso reluciente, ambiente cordial para las confidencias, nos recibía cada mañana, con las medias lunas y el café humeante, el buen trato y la charla amable, nunca cargosa de su dueño: Don Julio, un personaje.
¿Quieren saber su historia?
Escuchen, me la relató Cholo hace apenas unos meses, luego que le preguntara por la suerte del bar, tiempo atrás cerrado, por no saber que circunstancias.
-Juanca, que historia, creí que te habías enterado, bueno prestá atención, parece una novela – comenzó Cholo.
Don Julio era viudo desde hacia diez años, era un tipo pintón, de pelo negro, peinado a lo Gardel, tez blanca, prolijo vestir, manos grandes y arregladas, cuidaba el detalle, tenía un hijo, Sebastián, que estaba haciendo la colimba en Palermo en el 1 de Infantería, Patricios. A veces cuando tenía franco, atendía las mesas del bar. Allí se juntaban los clásicos del barrio, Felipe, el peluquero, Ramón el del quiosco, algunos jugadores de fútbol de Argentinos Juniors y en la parte del fondo, en unas mesas separadas por una pequeña mampara de cristales con cortinitas, siempre paraban algunas minas de vida no muy clara que eran protegidas por don Julio, quien nada les pedía, pero evitaba que las molestaran o que hicieran levante dentro del bar. En esa época paraban dos mujeres especiales; Marta, una treintena bastante corrida y Laura, veinticinco años, dos ojos negros grandes y profundos, un cuerpo sensacional y una cara angelical que desmentía lo que uno imaginaba de ella. Pero “atendía” también, aunque siempre se decía que era muy selectiva y no yiraba, solo atendía por necesidad.
Todos la llamaban la Joan Collins de Villa del Parque, vivía en un hotel cercano para mujeres sola y acostumbraba a pasar largos ratos escuchando las historias que don Julio le contaba, mientras tomaba su té con tostadas que el nunca le cobró. Julio empezó a quererla de a poco, como con miedo, tenía cincuenta y dos años, no era viejo, pero...Las charlas se fueron haciendo mas confidentes y pronto, Marta, la mayor dejó de venir, no se sabe porque circunstancias. Charlaban de todo un poco, mientras a veces, Sebastián, el hijo, miraba preocupado desde el mostrador, cuando estaba de franco. Cierta noche, Laura llegó como a las doce, llovía, se sentó como siempre en la última mesita del reservado, pidió su té con tostadas y vio como don Julio se acercaba sonriendo una vez más:
-No tenés “trabajo” esta noche-, le preguntó el hombre.
-No, he tomado distancia hace un tiempo, estoy cansada, quiero hacer un paréntesis y replantear mi vida..-
-Como quieras, esta es tu casa, ya sabés: podés quedarte cuanto quieras ¿tenés ganas de hablar?
-Si, hoy quisiera que me hables de vos, se tan poco, vos de mi sabés todo, sos como mi padrino, pero de tus cosas nunca me hablaste.
Sonrió, su sonrisa se trepó a los ojos de Julio y lo hipnotizó.
Hubiera querido saltar de repente con un ímpetu juvenil y amarla allí mismo, sobre la mesita del fondo, amarla toda, besar sus ojos, sus manos, sus pechos enhiestos que invitaban a la caricia.
Charlaron, largamente, el hombre le contó todo de su vida, se abrió el diálogo confidente como nunca lo había hecho con nadie, al fin cerca de las dos de la madrugada se dieron cuenta que estaban solos. Los mozos sigilosamente se habían ido, el encargado, luego de despedirse cerró la cortina y la lluvia que arreciaba desde afuera los volvió a la realidad,. La casetera desgranaba el último tango del reverso: “Fuimos” por Osvaldo Puigliese, cantando Roberto Chanel.. “Fui como una lluvia de cenizas, y fatigas en las horas resignadas de tu vida. Gota de vinagre, derramada, fatalmente derramada, sobre todas tus heridas...” El Tango justo, el clima ideal. El corazón de ambos galopaba alocadamente, se miraron en silencio, entonces Julio le dijo. Muy bajito, muy quedo, como si no quisiera que escuchara nadie, pese a que nadie quedaba en el bar.. –No te vayas esta noche. Quedate conmigo, entrá en mi vida, aunque mas no sea por una vez.
Ella le apretó la mano, se levantó, mimosa, se sentó sobre sus rodillas y le acarició la cara con sus dos manos antes de besarlos con esa boca de ensueño con sabor a fresa. El la levantó sin esfuerzo, la llevó a su dormitorio que no había recibido mujer alguna desde que enviudara y le hizo el amor, con una ternura, con un ansia, como jamás se lo había hecho nadie. Se durmieron abrazados. El despertador sonó a la seis. Julio lo apagó, cubrió la desnudez de Laura con la sábana celeste de su ilusión y cruzó el pasillo que lo separaba de la entrada al bar para preparar el desayuno y recibir a los proveedores. Antes se había bañado, afeitado y puesto esa colonia que un día ella le había dicho le gustaba tanto. Le llevó el desayuno a la cama con una rosa cortada en el jardín del fondo y le dijo: “Pensá en quedarte conmigo.. creo que no podría vivir desde ahora en más sin vos”.
Laura se ajustó la pollera plisada, acomodó la raya de sus medias negras, se peinó frente al espejo, lo besó y se fue.
Durante todo ese día, don Julio mostró una sonrisa más radiante, como si hubiese rejuvenecido diez años. Hizo bromas por doquier, almorzó con apetito junto a su hijo Sebastián, que había llegado de la guardia en Palermo, realizó las tareas canturreando “Fuimos” y se preparó para encontrarse a las 20 hs. Con Laura en la mesita de atrás, donde la noche anterior habían redescubierto el amor. Pero Laura no llegó, ni esa noche, ni a la mañana siguiente, ni la otra tarde.. En el hotel le dijeron que se había ido presurosa, la tarde del día anterior, sin decir donde. Buscó a Marta, la antigua amiga, pero ésta no sabía nada de ella hacía varios días.
Preguntó por todos lados donde la conocieran, pero fue infructuoso. Parecía que se la hubiera tragado la tierra. Entonces decidió esperar. Así fueron pasando los días, los meses, los años. Sin sonreir.
Tres años después, sentado a la mesa con su hijo Sebastián, en una confidencia impensada, le confesó su inútil espera por Laura, aquel encuentro y su brusca desaparición que lo llenó de tristeza.
Viejo, mi pobre viejo,-le dijo Sebastián,- “esa mina no puede volver nunca, vos no la vas a comprender, pero yo si...
Fue mi amante unos meses antes, cuando llegó recién al bar, con su amiga. Era la época en que andaba en banda y con un hambre..”
Don Julio lo miró entre el asombro y la tristeza. Entonces, comenzó a entender. Entonces, comenzó a morir..
Desde ese día, se hizo más taciturno, casi no salía detrás del mostrador. Parecía que se fuera yendo de a poco, de todo, de la risa, del bar, de la vida.
Una mañana de agosto, fría y destemplada, el encargado del bar se sorprendió al encontrarlo aún cerrado. Abrió, se llegó hasta el fondo y en la habitación desarreglada encontró a don Julio durmiendo el último sueño, que su corazón no resistió, mientras en la casetera Chanel repetía hasta el cansancio el tango “Fuimos”
El bar cerró hace unos meses, Cholo me dijo que van a poner un video juego, Pero una vecina de las que nunca faltan, de esas que espían por las noches, cuando no pueden dormir, le contó, que hace poco, bajo la llovizna, unos tacones altos y negros, con paso cansado de desandar veredas, se llegaron frente a la cortina del bar, la acariciaron suavemente con dedos fríos y uñas pintadas, lloraron en silencio como una letanía y se alejaron susurrando muy quedo: “Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve, rosa marchitada por la lluvia que no llueve. Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza, que no puede vislumbrar la tarde mansa. Fuimos el viajero, que no implora, que no reza, que no llora, que se echó a morir.”
JUAN CARLOS GALE

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